martes, 15 de octubre de 2013

El destino del cangrejo

Melian estaba parada en la orilla del mar, remojando sus pequeños pies en el agua, preguntándose porqué al agua alguien le había echado sal. Muchas veces se había duchado, había bebido agua, y había jugado con ella, y no recordaba, ni una sola vez, haber sentido ese gusto intenso a sal (a excepción de la vez que accidentalmente cogió una cucharada de sal en lugar de una de azúcar), ni esa molestia en sus ojos al contacto con el agua. También le molestaba que su hermoso cabello oscuro estuviera hecho una maraña pegajosa, y que su boca se sintiera seca, como si estuviera en medio del desierto. No comprendía porqué esa agua era tan diferente a la que ella estaba acostumbrada. No era su primera vez en el mar, y sin embargo, no dejaba de fascinarle su inmensidad y su belleza. Lo escuchaba cantar para ella, y llamarla constantemente, al punto de que su corazón sentía nostalgia cada vez que debía volver a su vida normal, lejos del perfume de las olas. 
Su madre Amata la observaba desde la ventana de la casa, preguntándose qué estaría pasando por la mente de su pequeña hija. No imaginaba que la niña no cesaba de pensar en su amor al oceano. 
De pronto, Melían se lanzó corriendo al agua poco profunda, para atrapar un pequeño cangrejo que corria despavorido, huyendo de sus pequeñas manos torpes. Finalmente, la velocidad de la niña fue mayor a la del cangrejo, que tenía un caparazón cubierto de pequeñas gemas de colores brillantes, y lucía una expresión desolada en el rostro. 
-Espera, no me lastimes-dijo el cangrejo. -Puedo llevarte a lugares inimaginables, puedo darte todo lo que quieras, puedo concederte muchos deseos...-Melian pensaba en un vestido nuevo para su muñeca, todos los dulces que pudiera comer y tal vez un lazo nuevo para adornar el cabello de su madre...pero esos deseos jamás salieron a la luz, porque la niña se alzó gritando en el aire, mientras en cangrejo reía. Su madre llegó justo a tiempo para halarla de los tobillos hacia el suelo, con una jaula que había reservado especialmente para la ocasión. La pobre niña estaba lívida, y el cangrejo mostraba su ira haciendo sonar sus pinzas y amenazando con arrancarle un dedo. Amata atrapó al cangrejo y alejó a su hija, que observó que la jaula era de oro sólido, con símbolos labrados en todas las aristas y bellos hilos de oro que atravesaban los barrotes, formando una malla casi invisible. El cangrejo opuso resistencia, intentó huir hacia el mar, atacar a Amata, y por último, trató de saltar para perderse entre la arena, pero todos sus intentos fueron vanos. Fue encerrado en la jaula, y pese a sus constantes protestas, llevado hacia el interior de la casa de vacaciones de la familia de Amata, que había pertenecido a ella por generaciones. 

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