sábado, 9 de noviembre de 2013

La sombra de la madrugada

Son las dos de la mañana exactamente. Suena el móvil, porque estoy sentada en el comedor tratando de arreglar un trabajo que debo entregar mañana y mi novio me espera del otro lado de la línea para dormir.  Ni modo, pienso, no me queda más que no dormir y esperar no aparecer como una zombi en medio del curso de hoy a las 7:00 am, mientras supero los síntomas de la privación de sueño que son similares a los de la resaca, tal como un corazón roto activa en el cerebro las mismas rutas que una quemadura grave. Veo con el rabillo del ojo la sombra que pasa corriendo tras de mí. Debería estar asustada, bastante, porque sé que está esperando que vaya a dormirme para no dejarme, respirarme en la oreja y jalarme las cobijas.
Yo sé que es un ser sobrenatural y merece mi respeto, pero ¿porqué no puede darse la molestia de molestarme durante el día? Tal vez, si está sola, podríamos platicar un poco. Lo veo acercarse (él, ella, eso) con interés para leer que rayos estoy haciendo y porque no le pongo atención. Es probable que ahora mismo esté muy ofendida, pensando en formas de molestarme más, de asustarme justo ahora...si, sentí tu toque en la espalda. Pero porfavor, ¿no has leído mi petición? Es más, pregunto, ¿no has leído mi ofrecimiento? Platicar, de tu a tu. Y nada más.
Supongo que la luz eléctrica es un fastidio para tí. Eso de no poder acecharme con completa libertad gracias al invento de un tipo loco sí que ha de ser frustrante. Me imagino que antes, era mucho más sencillo. La verdad, no tienes más que oprimir un botón (ahora la cosa es que atinés cual) para pegarme un buen susto. Estás probando, pero sólo has encendido más luces. El perro aúlla en el patio, debió de haberte visto, deberías ser más discreta, porque ellos sí pueden ver bien, no como los humanos, que estamos parcialmente ciegos en ese sentido. 

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